martes, 4 de enero de 2011

EL VÉRTICE ESTELAR.

 La nave diluía sus tonos en la ternura más allá de toda ensoñación. Allí donde la pureza lindaba con la mole del sonido, coqueteaba el viento con los seres de aquellas almas desmelenadas. El Creador, con una niña y su lira cayendo del agua, se confundía en una neblina tan inconsciente como una cabellera con su primer amor en una noche de cacería.

- Somos solo un ruego, escuché decir a los Grises.

Entonces, mi empaste se llovió dentro de su madrugada.

Desde la atmósfera lloraron los colores arrojados por la psicología humana.

El cuerpo fue laca del amor allí donde el destino apenas pudo nunca latir.

- Soy el trazo nervioso de un equívoco sensual, me dijo el color lila, llorando en un latido.

Dentro de Selene, el éter arrastró su propia sonrisa. Mi alma se hizo un óleo en esa única vigilia.

Y ellos bajaron.

Un misterio soleado cantó en sus ojos penetrantes. LLenos de pintura.

Eran los científicos a partir del agua...

Los extraterrestres.