jueves, 3 de octubre de 2013

EL ESPEJO QUE SE BEBÍA EN LOS CORREDORES DE AIRE A LAS LUCES ENCENDIDAS QUE DEJABAN SUS RESTOS DE ESPERA ABIERTOS COMO ABISMOS.

Hay aves amarillas en manos de una locura de palabras que chillan con sus cuernos y sus flautas de azúcar cuando se inyectan en letras que arrastran sus manos a un vacío que se deshace cerca de mares donde el calor arruga el pensamiento que existe en muchas formas bajo la superficie de una córnea transparente cubierta de pigmentos opacos que descargan sus pesos en el amargor de muchas dudas que galopan desnudas y se queman mientras suenan como vasos rotos en una noche purificada que abre sus músculos de plomo licuado cuando las naves interestelares rompen el muro de la poesía ante un retraso físico temporal que intenta darnos la mano y nos raspa el cerebro con sus puertas de metal árticas que encierran un flujo de iones que buscan pasar por una aceleración de tiempo para que los códigos cerebrales implanten en nuestros almacenes mnésicos la información de nuevos circuitos de limpieza más rápidos que la velocidad de fusión de una inteligencia que clarea sobre el cobre sexual que bulle dentro de la duración de un éxtasis que balancea los cuadrantes de un sentimiento de amor espacioso que ya no tiene retorno y va pasando como un espectro lumínico que se apoya sobre los senos por donde se oculta la teoría de la suavidad sorbiendo ternuras que descubren su máquina a vapor en un alma donde las gotas de saliva viajan junto a reyes que lloran porque su balada de piedra trata de palpar las formas de un instante que danza humedecido sobre una niña de escarcha que suspira mojada por la neurastenia de una mariposa de sudor que se fracciona en el recuerdo giratorio de su sexo femenino deshecho ante múltiples miradas que fallecen caminando por calles que acariciaban la naturaleza en celo que usaban aquellas princesas cuando la Tierra depositaba tras el aire a los niños de oro que llegaban a ellas nadando desde la intensidad recalentada de un sol pútrido.