Se curva un electrón al interior de una joven inmaterial. Se relaciona entonces con el tiempo y sus vibraciones. Usa cabellos blancos a modo de máscara frente el abismo de la mente divina.
El nacimiento es un soplo de sí mismo para universos externos. Un loco siente deseo carnal por un fantasma. Sube y baja en las aguas que se envuelven en venas en el pecho de su inmovilidad.
Quiso regalarle un ramo de lluvia al sol, pero en las fronteras del vacío, descubrió a la tristeza caída sobre una pregunta ante espejos rotos. Un poco más allá, unas tablas de luz contienen el anteproyecto de todas las partículas de un portal de memorias para capas de conciencia.
Nadie podrá despegar sus músculos retorcidos de las líneas inscritas en el techo.
El otoño escucha por primera vez su voz infantil al verse retratado en las paredes del amor. Un par de senos charlan bajo la lámpara de fatiga espiritual que usan las señales de las estrellas.
Nadie sabe que los polvos misteriosos en el rostro de esa niña son configuraciones que existen detrás de todos los mundos perdidos en las horas tardías.
Un genio saborea los ojos cerrados de un sentimiento que se esposa con esa dulzura muerta de celos de su sombra más fina.
Delgada, la sombra se encierra apenas sabe que al escaparse de sí misma, vuelve a parir un hijo.
Quiería una noche de amor atado al nudo de una serpiente cuyo veneno fuera espinas para la soledad.
Ella dormía su pelo cuando su danza ponía flores en labios que pronto se trocaban en ramas de sangre.
El nacimiento es un soplo de sí mismo para universos externos. Un loco siente deseo carnal por un fantasma. Sube y baja en las aguas que se envuelven en venas en el pecho de su inmovilidad.
Quiso regalarle un ramo de lluvia al sol, pero en las fronteras del vacío, descubrió a la tristeza caída sobre una pregunta ante espejos rotos. Un poco más allá, unas tablas de luz contienen el anteproyecto de todas las partículas de un portal de memorias para capas de conciencia.
Nadie podrá despegar sus músculos retorcidos de las líneas inscritas en el techo.
El otoño escucha por primera vez su voz infantil al verse retratado en las paredes del amor. Un par de senos charlan bajo la lámpara de fatiga espiritual que usan las señales de las estrellas.
Nadie sabe que los polvos misteriosos en el rostro de esa niña son configuraciones que existen detrás de todos los mundos perdidos en las horas tardías.
Un genio saborea los ojos cerrados de un sentimiento que se esposa con esa dulzura muerta de celos de su sombra más fina.
Delgada, la sombra se encierra apenas sabe que al escaparse de sí misma, vuelve a parir un hijo.
Quiería una noche de amor atado al nudo de una serpiente cuyo veneno fuera espinas para la soledad.
Ella dormía su pelo cuando su danza ponía flores en labios que pronto se trocaban en ramas de sangre.