Los terminales donde se programan las conciencias de las entidades vivientes que no se remiten al alcance de sus propios sistemas solares afectos a la individualidad determinan hoy los puntos y progresiones de la biología astral que sopla luz en el carbono de las carnales tendencias de amor que saltan como un vestido que arde sobre la costa de la realidad que se esfuma en la intersección de las corrientes del abismo matemático de un sueño dentro de un sueño de pájaro que se ha vuelto caja y se ha deslizado por el aire inmóvil y atado al recuerdo de hielos que eran su propio conocimiento castrado y alojado en uno de los focos de salida de la creación hacia cristales de cuerpo limado que le hacían el amor a la invisibilidad caída en ausencias de un amante que se ha transfigurado en relojes de manzana para anotar como el calor se abre y lo empuja sonriendo al continuum de un agujero en el muro que danza al nombrar lo que no vivía cuando existía en una señal decodificada penta-dimensional cuyo apéndice vagaba como una palabra de piedra fusionada a su organismo mental y se encendía en la respiración que se marchaba en barco hacia el oxígeno del espectro central con apariencia de diamante bebido por las unidades pulsantes de las naves en interfase con respecto al ángulo piramidal que subía y bajaba cual juego de aguas tras los vectores que nada han comenzado para no verse con ojos muertos en una interrogante de cuerpo fragmentado rodeada de esa intimidad que pretende llenar su alma vacía con espacios entre los senos pesados del sexo que desembolsa lo que enloquece y baila sobre las dificultades que impliquen un charco de sangre manchado que calle sus instantes ajenos en manos que no sean el punto focal donde Lesamieron rompa los futuros que no se humedecieron en su cuello nevado cuando el olvido los limpiaba y se acurrucaba en el foso del destino que lo aguardaba por si no entraba en el laberinto del hombre del trineo que se bañaba adentro de un hilo.