La inmovilidad pensativa supera la belleza de la velocidad y asciende en los eones hacia ciclos de cien mil millones de galaxias que se sumergen en un alma de metal con fantasías de nieve donde el arte se duerme en una jeringa que es simplemente mi talento natural cuando los procesos salen claros como un relámpago en una cirugía contra la timidez de una radiación lumínica que no busca nada para no encontrarse con la vitalidad de la creación que hace acrobacias en el odio durante el entreacto humano para reestructurar los comedores de los niños de la luz cuando alguien dice la razón de lo contrario en un salto de imágenes completamente ancladas a un rango vibratorio de mentes que adoran sus ombligos preconcebidos salidos de un corazón de orina que no funciona más que con aceite y velos de alcohol que se elevan al aire entre detonaciones y ráfagas por cielos completamente abiertos donde una nebulosa en espiral se uniforma con la plata fría de un modelo de evolución almacenado en el Paraíso con un manto de luz en donde lo infinito y lo finito se funden cuando algo asciende entre la bruma como una hélice enloquecida y el espacio-tiempo se proyecta y brillan sus alas inundadas de colores al estallar un microbio virgen contra el futuro que acariciaba un cristal que grita caído desde la cabeza de un ángel verde que Lesamieron me muestra metido en una idea de diamante que danza en un reinado de poesía muerto en los pulmones de un eco que cae erizado en la puerta que lleva a las tres gotas derretidas que dejó una sorpresa que había perdido la vida con su voz de escarcha filtrándose en la expansión de la lluvia que era pisada por un ruido que rozó mi mano dejando sus líneas en el olor de una ilusión que creyó que pensar significaba control y como nadie le hizo caso decidió resbalar dentro del substrato físico que golpeaba el centro del aire ahogado en la aduana de la nada sustrayendo así plantillas biomecánicas para su anteproyecto de caricias hundidas.